Director nacional de Formación Integral
Universidad San Sebastián sede De la Patagonia
¿Por qué esperamos con tanto entusiasmo la Navidad, incluso cuando el año ha sido pesado y las fuerzas parecen escasas? Algo profundo ocurre en estos días: una memoria antigua despierta y nos recuerda que la vida puede comenzar de nuevo.
En su origen, la Navidad no es solo una tradición ni un sentimiento difuso, sino un acontecimiento que cambió el curso de la historia, hasta el punto de dividirla en un antes y un después de Cristo. Se trata del nacimiento de un niño en quien Dios se hace cercano, frágil y profundamente humano. No irrumpe con poder, sino con ternura; no se impone, sino que se ofrece. En el pesebre, la grandeza se vuelve humilde y la esperanza adquiere un rostro concreto. Como escribió Romano Guardini, “Dios no vence por la fuerza, sino por el amor”. Por eso, la fe cristiana celebra, en cada rincón del mundo, que nadie está solo y que toda existencia humana ha sido visitada, acogida y dignificada.
Pero la Navidad no pertenece únicamente a los creyentes. También los no creyentes la esperan y la celebran, porque en ella reconocen algo profundamente humano: el anhelo de hogar, de reconciliación y de paz posible. La necesidad de detener el paso, de reencontrarnos con lo esencial y de mirarnos con mayor benevolencia. Como escribió G. K. Chesterton, “el mundo no morirá por falta de maravillas, sino por falta de asombro”. La Navidad despierta ese asombro dormido.
Tal vez por eso atraviesa culturas y épocas. Porque responde, sin discursos, a preguntas que todos nos hacemos: ¿vale la pena vivir?, ¿es posible recomenzar?, ¿hay esperanza para lo frágil? La Navidad responde mostrando un nacimiento. Y todo nacimiento es siempre una promesa.
Volver a los orígenes de la Navidad no es un ejercicio de nostalgia, sino de lucidez. En una sociedad acelerada y fatigada, nos recuerda que lo decisivo ocurre en lo pequeño; que el sentido no se compra ni se produce en serie; que la vida se sostiene en el cuidado, la gratuidad y el encuentro. Por eso, una Navidad reducida solo a luces, a la música y al consumo corre el riesgo de quedarse en la superficie: mucho brillo, pero poca hondura.
Charles Dickens lo entendió bien cuando escribió que “honrar la Navidad es mantenerla en el corazón todo el año”. Su célebre relato no trata solo de fiestas, sino de conversión, de humanidad recuperada y de corazones que vuelven a latir.
Rescatar el espíritu de la Navidad es devolverle su densidad humana. Es atrevernos a creer y a esperar que la vida merece ser celebrada, cuidada y compartida. Porque, al final, la Navidad nos recuerda algo esencial: que incluso en la fragilidad o en las diferencias la vida sigue siendo un don. Y eso, para todos, siempre es motivo de esperanza.

Leave a Reply